miércoles, noviembre 26, 2008

Médicos altera-nativos

Magnetoterapia, cromoterapia, acupuntura, homeopatía y un sinnúmero de alternativas medicinales están al alcance de todos, especialmente de cualquier bolsillo. Pero, ¿a qué se debe la popularidad de tales placebos para la gente común?
En un remedo grotesco del pensamiento escéptico, muchas personas han sido instruidas sutilmente por los mercachifles de lo insólito para empezar a cuestionarse la validez de la medicina y sus efectos en el cuerpo humano. Desproporcionado es y seguirá siendo el ataque continuo dirigido por los charlatanes en turno contra proyectos humanos como lo es la medicina y sus aplicaciones, en pos de alternativas que lejos están de ofrecer la solución probada y comprobada por años y años de estudio, investigación y aplicación de métodos diseñados para ampliar nuestras expectativas de vida.

¿La razón? Estos tipos no pueden ser médicos, ya sea porque carecen del talento necesario para dedicarle a su estudio los años de esfuerzo y disciplina necesarios, o por comodidad por obtener ganancias rápidas a corto plazo. ¿Cuál es la metodología general para que estos señores puedan tener un éxito marginal en sus prácticas? Informar al enfermo que la medicina no tiene todas las respuestas, o que los medicamentos no son naturales, por tanto, son perjudiciales para el cuerpo humano. Y eh ahí el momento para empezar a proporcionar las alternativas que lejos están de curar, diseñadas para engañar, a costa del sufrimiento ajeno, al paciente para que se deje esquilmar con el agua de tlacote, o las gotitas de mejorana, o la aplicación de presión en los crakras, o la inducción en campos taquiónicos para eliminar (por un ratito, eso sí, que se me va el ingenuo) esa molesta tos que en realidad es una tuberculosis pero que con algo de engaño e ignorancia hacen desaparecer, para que el doliente se convierta en uno más de los enfermos cautivos. (Aun estoy por ver un practicante naturópata que cure de manera definitiva a un enfermo, pero claro, si le alivia, no regresa).

Y es gracias a esas prácticas deshonestas, que escuchamos estupideces en la radio como “el aparatito que ayuda a adelgazar gracias a su tecnología milenaria de campos magnéticos, utilizada desde tiempos inmemoriales por chinos y egipcios, y es que la secretaría de salud y el gobierno del distrito federal han advertido a la población que el sobrepeso es causa de enfermedades serias, por lo que recomendamos nuestro adelgazador magnético, el cual no tiene efecto de rebote pues gracias a sus cuatro magnetos y a sus 49 ejercicios se baja de manera natural” o aquello de que “todo lo natural es lo bueno, deje atrás pastillas y tratamientos artificiales que solo dañan su organismo” sin importar que el veneno de cobra sea también natural, así como la belladona o el cianuro.

Ayer mismo, escuchaba en la TV a un par de individuos que se hacían pasar por doctores hablando de un método revolucionario para tratar a los pacientes que sufren de hipertensión arterial. Con lujo de detalle (o sea, muy bien ensayado) uno de los señores describía que los medicamentos dilataban las arterias y que los vaso constrictores como el tabaco o la sal veían mermada su efectividad para afectar el cuerpo humano, pero una vez que el efecto del medicamento terminaba, las paredes arteriales se cerraban súbitamente, lo que sometía al corazón a un esfuerzo repentino que generalmente provocaba los infartos.

¿El método? Claro, un tratamiento a base de hierbas naturales y un aparatito que por medio de artes arcanas era capaz de adivinar cuál era el estado natural del grosor de las arterias del paciente y mediante inducción magnética y no sé que otras tantas tonterías, restauraba este estado natural, haciendo que el paciente dejara de ser hipertenso, y que se olvidara del tratamiento contra la hipertensión.
Esto, adivinaron, nos da un ejemplo de por qué es peligroso creer en tales tonterías. Tanto se hable de homeopatía, o de los negacionistas del VIH, pasando por el médico brujo en turno que es capaz de curar un resfriado haciendo pasar por el interior de la garganta del afectado un tomate verde asado (con el peligro que esto significa en caso de obstrucción accidental – que sí que ha pasado-) sin olvidar a estos mercachifles que no saben trabajar y que se diferencian de los hampones vulgares en que les da flojera cargar un arma.

Y su metodología ha surtido tal efecto, que los ingenuos a quienes embaucan son capaces de defenderles a capa y espada, argumentando que sí que han experimentado una mejoría, que no son tontos (la definición de tonto se les escapa, por eso no se sienten aludidos) para dejarse engañar fácilmente, acto seguido de lo cual se retiran a sus casas a escuchar el noticiero de Joaquín López Dóriga, lo cual prueba mi punto anterior, etcétera, etcétera, y etcétera.

Todo esto enmarcado por una cultura popular habida de remedios o soluciones prácticas y sobre todo, rápidas, de ganancias sin esfuerzo, de resultados cuasi mágicos, sin invertir un poco de tiempo porque se carece de la disciplina necesaria para tener paciencia, o por mera comodidad. “Adelgace sin hacer esfuerzos, sentado cómodamente en el sillón de su casa, usando nuestro aparato vibrador que como un extra, satisface las urgencias sexuales del feo de la casa”.

Claro que uno no es tonto, no señor, claro que no, ¿verdad?

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sábado, noviembre 22, 2008

A punta de epístola

La lectura del documento que tenía frente a mí se volvió un ejercicio en incredulidad.

Como diseñador gráfico, en más de una ocasión he tenido que enfrentarme al problema de presentar la información dirigida al target o clientes potenciales de una manera que facilite la lectura… o la dificulte. Depende del caso. El día de ayer tenía que presentar una propuesta para varios certificados de regalo para captar clientes nuevos, y entre la información de estos documentos tenía que agregar los “legales” o textos con los términos y condiciones del contrato. Conforme iba acomodando el texto, dándole el peso tipográfico necesario y justificando los párrafos leí la sección correspondiente a los impedimentos mediante los cuales la empresa se liberaba de toda responsabilidad ante situaciones de “fuerza mayor”

Grande fue mi sorpresa cuando en esa sección leí algo que no transcribo textual, pero que rezaba algo así: La empresa no se hace responsable del incumplimiento de los términos de este contrato en caso de fuerza mayor, tales como pero no limitados a: Actos de Dios: huracanes, tormentas eléctricas, terremotos, incendios forestales, inundaciones, deslaves, tifones, tornados, caída de meteoritos, pillaje, piratería, asesinatos, rebelión, revolución y un largo etcétera.

Quizás sea un agregado normal en todo documento legal, mi experiencia en ese rubro es muy limitada. Pero me pareció bastante absurdo incluir en un texto legal la palabra DIOS, así como los actos que tanto se le adjudican tan libremente.

Ya de entrada en el cuestionario que me dieron cuando me presente por la plaza venía una sección dedicada a la religión, donde se me preguntaba de manera directa si creía en dios. Cuál era mi religión o si estaba circunciso. (Esto último es de coña, pero poco les faltó) Esa parte la dejé en blanco, pues no me atreví a responder honestamente declarando mi ateísmo. Y es que, desgraciadamente aun hay sitios donde al ateo se le estigmatiza y se le persigue. Bastas son las propagandas donde se combate la discriminación, pero esta está dirigida a la discriminación por género, raza, educación u orientación sexual. Aun estoy por ver que se incluya la persecución a ciertas minorías como los ateos. Aunque la situación no es tan grave aun aquí en México como en otros lugares (como nuestros vecinos del norte) ciertamente existen numerosos lugares llenos de personas que enardecidas por el contacto con un ateo nauseabundo se dirigen a demostrarle el amor a dios, a punta de golpes. Decía Octavio Paz: “Todo mexicano, por ateo que sea, es guadalupano” Resiento esa frase, pues nunca he sido proclive a identificarme con un ícono determinado. La frase (para ser honestos no estoy seguro si realmente la dijo el Sr. Paz o no), tiene más que connotación religiosa, y sé que está más dirigida ante una identidad que una pertenencia ideológica. Pero, en lo particular no me siento ni guadalupano ni nada por el estilo. La virgen de Guadalupe (o Coatlaxopeuh) no es más que otro mecanismo de dominación ideológica, eso todos lo sabemos ;)

Cuando se le da tanta importancia a dios, o se le adjudican actos que nada tienen que ver con la existencia de una entidad fantástica no sé si pensar en un comodín ante el cual se puede justificar la incompetencia o si solo se está jugando con la retórica para eliminar de paso cualquier problema legal. “Lo sentimos señor, pero su estadía en tal o cual hotel ha sido pospuesta, pues dios amaneció indispuesto y el volcán cercano entró en erupción. Por supuesto tiene el derecho de sentirse enojado, pero vaya y quéjese con dios, no con nosotros”

En una ocasión posterior se me preguntó cuál era mi filiación ideológica y respondí cautelosamente que mi ideología era asunto privado y que no me gustaba hablar de ello sin justificación. En ese momento se me dijo que la justificación era patente ante la pregunta directa así que respondí con un nudo en la garganta que era ateo (ya me sentía engrosando las filas de los desempleados). La persona se me quedó mirando fijamente, se dio la media vuelta y salió.

Desde ese entonces, ha encontrado todo momento como útil para tratar de volverme al buen camino. Me ha invitado a sermones disfrazados de pláticas motivacionales, me ha intentado colar cuanta festividad religiosa se atraviesa en nuestro camino, y hasta me ha dicho que no tenía derecho a vacacionar en semana santa, pues era ateo y no tenía que rendir culto a la pasión de su ícono jesustificado. “Lo sé, no soy creyente, pero mi familia si lo es, y desea pasar su tiempo conmigo. Por supuesto, si insiste trabajaré esos días, pero según la ley del trabajo estoy en posición de pedir triple mi salario esos días” Poco después me veo en la playa o en el campo con mi familia y todos contentos 

Mis compañeros, indolentes como son, se limitan a hacer bromas benignas algunas, otros, medio maliciosas sobre mi falta de religiosidad. Uno de ellos ayer mismo me comentaba que me iría al infierno. Cuando le cuestioné por la razón que había decidido que iría a tal lugar, me dijo que por ateo, a lo cual le inquirí por la razón que un dios benevolente mandaría a un sitio así a una persona más por su filiación ideológica que por sus actos y respondió que no sabía, pero que ahí iría de todas maneras. Le respondí que me parecía divertida la idea de un dios omnipotente con un complejo de inferioridad tan grande también, que exigía ser adorado por toda la eternidad. Se quedó callado. Después me dijo: “Bueno, yo también no voy a la iglesia, y a veces estoy en contra de ella ante lo cual le espeté: tu no eres ateo por eso, tan solo antirreligioso. Hay una gran diferencia entre uno y otro, pues uno retrata la duda honesta, el otro solo rebeldía ante la autoridad. Continuó callado.

Por hoy ha sido todo. Tengo que salir un momento, está lloviendo fuego del cielo. Quizás una flatulencia proferida por el santo ano

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