martes, agosto 22, 2006

El fascinante mundo de las paraciencias

He notado, a lo largo de mi experiencia como persona, que no solo goza de una gran popularidad el pensamiento mágico, sino que incluso viene incorporado con un mecanismo de aceptación que lo hace impermeable a cualquier crítica escéptica. No obstante, todo enmarcado en su propia estructura ideológica. Si yo fuera por la vida diciendo que los perros vuelan, mucha gente me miraría con recelo. Después de todo, la experiencia cotidiana no nos ha preparado para pensar que semejante proeza de la naturaleza sea viable, pues nunca hemos visto volar un perro (al menos sin asistencia mecánica - cuando es arrollado - ). No es de extrañarse pues, que existan personas en ciertos círculos para anormales que digan que un caballo es capaz de volar, como nos quiso hacer creer el divertido señor Maussan, y en contra de todo sentido común, ¡exista gente que le crea!

Todo, rodeado del aura inefable del señor, que se ha acostumbrado a hacer las afirmaciones más disparatadas, y por fuerza de la costumbre, mucha gente le preste crédito. Eso no habla nada bien, ni del señor, que con su afán de protagonismo sea tan poco razonable como para retar a que se le demuestre que el video del caballo volador sea un fraude, ni de la gente que le sigue en sus peripecias milenarias. Señor Maussan, le hago una aclaración: Quien tiene que demostrar que el video es real, es usted, no sus detractores (cuyo número se incrementa conforme el señor aparece ante las cámaras) terribles personas que tan solo han cometido el inmenso pecado de poner en duda algunas de las muchas tonterías que delirantemente suelta a diestra y de manera siniestra.

Y precisamente por esto, y como ha comentado previamente un estimado amigo mío, Antonio, excelente forista de “amigos ateos”, se puede hablar de dos grupos principales de individuos, que atienden al pensamiento mágico. Y son muy identificables:

1.-Las personas de edad madura y poca cultura, con una gran formación ideológica centrada en el pensamiento religioso. Este grupo de personas han acabado mezclando todo tipo de supersticiones con el mito judeocristiano. Son los consumidores en potencia de apariciones marianas, santos que lloran, vestigios religiosos de la cruz donde su icono central encontró la muerte y posteriormente la inmortalidad. Cadáveres impolutos y señales misteriosas en una nube, un pan tostado o la loza de un pasillo en el sistema de transporte colectivo. Mientras tenga adherida la patina de la religión, son capaces de aceptar sin rechistar la afirmación más descabellada. Son esas personas que, mientras experimenten un "rapto místico" sea en el "mundo espiritual o religioso", experimentan toda serie de fantasías que consideran realidad... y recordemos que cuando se trata de dios, o de ángeles y demonios (sospechosamente parecido al título de una de las últimas porquerías escritas de un tal Dan Brown) entonces todo es posible. No hay espacio para la duda, mucho menos el cuestionamiento. Los aparatos sectarios se han encargado de eliminar metódicamente ese mecanismo que permite acercarse más a la verdad, llamado duda. La única verdad, es la que manejan estos grupos de limosneros con limousine. Y es SU verdad, la que no requiere de la más mínima inversión de escepticismo Pero si se trata de otros aspectos que puedan poner en peligro alguna de sus doctrinas, entonces si recomiendan ejercitar la duda más enérgica. Solo cuando les conviene.

Resumiendo, en el caso de este grupo de creyentes de lo para anormal, todo misterio se proyecta hacia lo religioso, ya que el imaginario colectivo de varias generaciones estuvo dominado por una única y poderosa interpretación, y cualquier superstición desembocaba inevitablemente en ella.

2.- Personas de menor edad, con una menor educación religiosa especialmente intensiva, pero si lo suficiente como para inocular en ellos la idea de un mundo paralelo e invisible.

En este caso, no es sino el fracaso de un sistema de adoctrinamiento venido a menos. Cualquier chico de 15 años de hace unas décadas tenía un conocimiento mucho mayor sobre los mitos católicos que los adolescentes actuales; en su vida diaria tenían más importancia los acontecimientos religiosos, y su comportamiento estaba más sometido a la moral que dictaminaba la iglesia.

La consecuencia de esa incapacidad de la religión para seguir practicando sus viejas técnicas de control mental es que muchos jóvenes de hoy son portadores del virus religioso, pero no han llegado a desarrollar la enfermedad. Viven la incertidumbre de un adoctrinamiento inacabado, con una primera etapa que les permeabilizó el tabique entre lo real y lo fantástico, pero sin consolidar la segunda fase que les hiciera interpretar en clave confesional todo lo desconocido.

Esta generación de nuevos crédulos, de autodidactas del misterio, reciben sus referencias de Hollywood en lugar del Vaticano, y no es mejor ni peor; simplemente diferente. Sigue habiendo quien se beneficia de ello sobre la base de interpretar la fantasía, y por supuesto hay quien por encima de todo necesita creer.

El ateismo es a la religión lo que el escepticismo a las creencias paranormales, por mucho que en lo primero esté implícito lo segundo. Tal vez ya no sean los dioses y sus mercaderes los mayores enemigos de la razón humana, sino que la verdadera lacra intelectual del siglo XXI puede venir de la mano de las paraciencias, que a la postre no son sino variantes actualizadas de las más antiguas supersticiones.

Continuará…

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