Médicos altera-nativos

En un remedo grotesco del pensamiento escéptico, muchas personas han sido instruidas sutilmente por los mercachifles de lo insólito para empezar a cuestionarse la validez de la medicina y sus efectos en el cuerpo humano. Desproporcionado es y seguirá siendo el ataque continuo dirigido por los charlatanes en turno contra proyectos humanos como lo es la medicina y sus aplicaciones, en pos de alternativas que lejos están de ofrecer la solución probada y comprobada por años y años de estudio, investigación y aplicación de métodos diseñados para ampliar nuestras expectativas de vida.
¿La razón? Estos tipos no pueden ser médicos, ya sea porque carecen del talento necesario para dedicarle a su estudio los años de esfuerzo y disciplina necesarios, o por comodidad por obtener ganancias rápidas a corto plazo. ¿Cuál es la metodología general para que estos señores puedan tener un éxito marginal en sus prácticas? Informar al enfermo que la medicina no tiene todas las respuestas, o que los medicamentos no son naturales, por tanto, son perjudiciales para el cuerpo humano. Y eh ahí el momento para empezar a proporcionar las alternativas que lejos están de curar, diseñadas para engañar, a costa del sufrimiento ajeno, al paciente para que se deje esquilmar con el agua de tlacote, o las gotitas de mejorana, o la aplicación de presión en los crakras, o la inducción en campos taquiónicos para eliminar (por un ratito, eso sí, que se me va el ingenuo) esa molesta tos que en realidad es una tuberculosis pero que con algo de engaño e ignorancia hacen desaparecer, para que el doliente se convierta en uno más de los enfermos cautivos. (Aun estoy por ver un practicante naturópata que cure de manera definitiva a un enfermo, pero claro, si le alivia, no regresa).
Y es gracias a esas prácticas deshonestas, que escuchamos estupideces en la radio como “el aparatito que ayuda a adelgazar gracias a su tecnología milenaria de campos magnéticos, utilizada desde tiempos inmemoriales por chinos y egipcios, y es que la secretaría de salud y el gobierno del distrito federal han advertido a la población que el sobrepeso es causa de enfermedades serias, por lo que recomendamos nuestro adelgazador magnético, el cual no tiene efecto de rebote pues gracias a sus cuatro magnetos y a sus 49 ejercicios se baja de manera natural” o aquello de que “todo lo natural es lo bueno, deje atrás pastillas y tratamientos artificiales que solo dañan su organismo” sin importar que el veneno de cobra sea también natural, así como la belladona o el cianuro.
Ayer mismo, escuchaba en la TV a un par de individuos que se hacían pasar por doctores hablando de un método revolucionario para tratar a los pacientes que sufren de hipertensión arterial. Con lujo de detalle (o sea, muy bien ensayado) uno de los señores describía que los medicamentos dilataban las arterias y que los vaso constrictores como el tabaco o la sal veían mermada su efectividad para afectar el cuerpo humano, pero una vez que el efecto del medicamento terminaba, las paredes arteriales se cerraban súbitamente, lo que sometía al corazón a un esfuerzo repentino que generalmente provocaba los infartos.
¿El método? Claro, un tratamiento a base de hierbas naturales y un aparatito que por medio de artes arcanas era capaz de adivinar cuál era el estado natural del grosor de las arterias del paciente y mediante inducción magnética y no sé que otras tantas tonterías, restauraba este estado natural, haciendo que el paciente dejara de ser hipertenso, y que se olvidara del tratamiento contra la hipertensión.
Esto, adivinaron, nos da un ejemplo de por qué es peligroso creer en tales tonterías. Tanto se hable de homeopatía, o de los negacionistas del VIH, pasando por el médico brujo en turno que es capaz de curar un resfriado haciendo pasar por el interior de la garganta del afectado un tomate verde asado (con el peligro que esto significa en caso de obstrucción accidental – que sí que ha pasado-) sin olvidar a estos mercachifles que no saben trabajar y que se diferencian de los hampones vulgares en que les da flojera cargar un arma.
Y su metodología ha surtido tal efecto, que los ingenuos a quienes embaucan son capaces de defenderles a capa y espada, argumentando que sí que han experimentado una mejoría, que no son tontos (la definición de tonto se les escapa, por eso no se sienten aludidos) para dejarse engañar fácilmente, acto seguido de lo cual se retiran a sus casas a escuchar el noticiero de Joaquín López Dóriga, lo cual prueba mi punto anterior, etcétera, etcétera, y etcétera.
Todo esto enmarcado por una cultura popular habida de remedios o soluciones prácticas y sobre todo, rápidas, de ganancias sin esfuerzo, de resultados cuasi mágicos, sin invertir un poco de tiempo porque se carece de la disciplina necesaria para tener paciencia, o por mera comodidad. “Adelgace sin hacer esfuerzos, sentado cómodamente en el sillón de su casa, usando nuestro aparato vibrador que como un extra, satisface las urgencias sexuales del feo de la casa”.
Claro que uno no es tonto, no señor, claro que no, ¿verdad?
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